Invitación al viaje

- Revista Lecturas Nº 6, Santiago de Chile, 22 de diciembre de 1932, páginas pp. 14-16. Revista quincenal de lecturas, aparecía los días jueves. Empresa Letras. El primer número de esta revista apareció el jueves 13 de octubre de 1932.  Dirigida por Luis Enrique Délano.

- Cascabel, Nº 110, año 1937 página 30. Semanario peruano de los sábados. Lima, Emp. Ed. Peruana formato 40x27.5 cm. Fundada el 12 de marzo de 1935.

- "Desde la Clínica". Platero, Santiago de Chile, 1999, pp. 171-175.

 

Era un arte y a la vez una industria. Podía considerarse también una hipocresía y una vanidad.

La gente se apresuraba a disfrazar a sus muertos queridos. La fama del maquillador iba más allá del dolor. En medio de cadáveres, vendas, pomadas y mascarillas centraba las desviaciones de las mandíbulas, nariz o boca; el color del muerto se tornaba agradable y se lograba transformar en transparente palidez o en tenue sonrosado.

Esos rostros crispados, desde los dormidos que la vida cansó con una tuberculosis o con taras horrendas, hasta esos que se quedaron con su cara más apacible, como esos que se atravesaron a tiros la sien, desfilaban por su mesa de mármol.

Pero, gracias a su arte de maquillador, y a su talento estético, los dolorosos caminos de la muerte, desaparecían y las multitudes presenciaban a los nobles, los filántropos, los arzobispos y los notables, y estéticamente disfrazados sin vahos de materialismo invasores.

Un perfume de cremas aromáticas se percibía en las salas del estudio. Y todos los que huían de la vida pasando por ahí, se iban con este olor.

En este trabajo macabro y bello, poetización de la muerte, este artista que lo era también de la poesía pasaba los días en una alegría primaria.

Rostros de mil mujeres que otros hombres habrían soñado, abarcaban su mente, cuando yacían en su inmarchitable desnudez, en ansías de vivir estos cuerpos ya dignificados por la muerte.

Jardinero de flores soñolientas comprendía el misterio de la mujer y con las pupilas, en silencio, jugaba a las ausencias con las que no alcanzaron la alianza de oro, vírgenes de la espera.

Pero, entre estos cadáveres de hombres que perdieron la razón, que la angustia llevó a la locura; de mujeres, instrumentos dormidos, música que sintieron marineros en altamares. Mujeres de ritmo, blancas como las casas en Argelia. Una danzaba en su cerebro, campo de imágenes. Y a esta sombra de clínica, la amaba como aman los niños y había una alegría de muro de jardín, cuando gratificaba sus ensoñaciones rondando desnuda, arqueada y combándose como nube.

Una risa salida de grupo, una voz desconocida, escuchada al pasar, siempre debía ser de ella. A través de nieblas y canciones estaba detenida en todas sus esquinas de gracia.

Y esta forma de sueño, imagen viajera y tenaz, era una voz, un llanto. Sentía su presencia. Las ondulaciones de sus cabellos imaginarios, rompían su silencio de obscuridad; la veía venir sobre las multitudes; la veía, pero no la podía definir…

Su nombre, ahora su nombre, qué nombre…

Sonia, Ismenia, duda. No debía llamarse así: No podía ser. Alguien nombre, otro nombre de letras que diera una agradable eufonía de dos sílabas. Dos sílabas que debieran valer por un arco iris. No puede conjugarse la unión de letras que valga por ella.

Otro nombre que no tenga la pureza de los espejos de agua, ni la fuerza de unos ojos negros. Sí, esta mujer que el claro de luna dañaría, debía llamarse Dulce, Suave; debía tener un nombre abstracto porque era de niebla y ensueño.

¡Ah! Pero ahora las artistas de un reflejo sobre la muralla, la vista detenida sobre un instrumento en la vitrina desviaría la obsesión, como tantas otras veces.

Cuanto tiempo, qué tiempo hacía que iba marchando a su torno. Desde el ambalsamiento de Darius Malud.

Ya compenetrado de una fragancia natural que venía de ella, la sentía aguardándolo a través de las breves, de las mínimas cosas.

Tanto tiempo aceptando la bondad, la belleza, la indecisa belleza, de este rostro perdido y gozando con el encuentro como con la esperanza de recordar un nombre que mortifica.

Tanto tiempo bajo el imperialismo de la desconocida amable.

Pero era extraño que en los últimos meses no venía a su imaginación con la constancia pertinaz de las lluvias finas.

Verdaderamente hacia falta a sus preocupaciones el asomo, la invasión de varios de sus instantes que ella ocupaba, que cubría, que le hacía dialogar.

No puede decirse dialogar.

Ya fue intensa la preocupación.

Ya no pensaba en la venida a su mente en el día. Mirando un motivo obscuro llenaba sus ojos de sombras, quería volver a verla en lo nebuloso.

No, no presentía la resignación que habría de venir; la sentía embarcada en un viaje largo.

Analizaba que podría haber ahuyentando a la pasajera de sus alucinaciones, cuando acarició siempre su encuentro. Aún cuando viniera entre sus proyectos, entre su trabajo, la retuvo, la aprisionó, retardó la fuga en una especie de letargo. ¿Y llamaría? si tuviera vislumbres que reposara en un limite.

Pero era curioso, ahora, sólo ahora, se venía a interrogar de dónde pudo nacer esta obsesión. ¿A quién podría preguntárselo sino a sí mismo? La caricia que había logrado para aquella habitante del sueño y que no podría definir de dónde se desprendía. No señalaba la iniciación hoja de calendario alguno.

¿De dónde había nacido, de qué zona irreal? Cabía recorrer sus muertos; era natural remontarse a esa partida.

Debía descubrirla, nunca había pensado en el devenir de esta forma, tortura de ensueño. En el repaso saltaría el indicio que quizás agazapado aguardaba el instante en su mente.

En silencioso afluir venían variadas imágenes y de todas encontraba una impresión: signos que eran un temblor. Le parecía que ya pugnaría como una luz, la que terminara con su incertidumbre.

Convencido que de entre ellas ningún indicio justificaba su existencia, señalara su destino, abandonaba este cine de mortificaciones.

Y en las que ahora le tocaba trabajar, eran las páginas de un libro de sensación, un rasgo cualquiera le producía impresión cual la de un vehículo que pasa a toda máquina a nuestras espaldas.

En continua remembranza, en búsqueda horrenda; gestos, colores de cabello, hermosas manos de muertas eran como un anticipo de la bella impalpable.

Cansado de la persecución en pos de la niña del reposo y del sueño. Esta fuga lo libertaba de una esclavitud de seda y de hierro.

Pero, un día y debía ser este 9 de agosto, despertó sintiendo una sensación rara, su sangre circuló más rápidamente y experimentó un estremecimiento.

Súbitamente como un rezo de alucinaciones vino ella desprendida, fugada de un ballet triste emigró de su sueño arrodillándose en su corazón y batiéndolo de tristezas; navegando nuevamente en su cerebro hasta verla pequeña, infinitamente pequeña, perdida en el tamaño de unos ojos de muñeca.

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© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina