La Ciudad de los Césares
(Folclor chileno, págs. 95-96)

 

Existiría en el sur de Chile, en un lugar de la cordillera de los Andes que nadie puede precisar, una ciudad encantada, fantástica, de extraordinaria magnificencia. Estaría construida a orillas de un misterioso lago, rodeada de murallas y fosos, entre dos cerros, uno de diamante y otro de oro. Posee suntuosos templos, innumerables avenidas, palacios de gobierno, fortificaciones, torres y puentes levadizos. Las cúpulas de sus torres y los techos de sus casas, lo mismo que el pavimento de la ciudad, son de oro y plata macizos. Una gran cruz de oro corona la torre de la iglesia. La campana que ésta posee es de tales dimensiones, que debajo de ella podrían instalarse cómodamente dos mesas de zapatería con todos sus útiles y herramientas. Si esa campana llegara a tocarse, su tañido se oiría en todo el mundo. Existe también allí un mapuchal (tabacal de la tierra) que no se agota jamás.

Sus habitantes son de alta estatura, blancos y barbados; visten capa y sombrero con pluma, de anchas alas, y usan armas de bruñida plata.

Los habitantes que la pueblan son los mismos que la edificaron hace ya muchos siglos, pues en la Ciudad de los Césares nadie nace ni muere. Nada puede igualar a la felicidad de sus habitantes. Los que allí llegan pierden la memoria de lo que fueron, mientras permanecen en ella, y si un día la dejan, se olvidan de lo que han visto.

No es dado a ningún viajero descubrirla, "aun cuando la ande pisando". Una niebla espesa se interpone siempre entre ella y el viajero, y la corriente de los ríos que la bañan, alejan las embarcaciones que se aproximan demasiado.

Para asegurar mejor el secreto de la ciudad, no se construye allí lanchas, ni buques, ni ninguna clase de embarcación.

Algunas personas aseguran que el día Viernes Santo se puede ver, desde lejos, cómo brillan las cúpulas de sus torres y los techos de sus casas, de oro y plata macizos.

Según la leyenda, sólo al fin del mundo se hará visible la fantástica ciudad; se desencantará, por lo cual nadie debe tratar de romper su secreto.

(Versión de Oreste Plath)

* Notas Complementarias

La Ciudad de los Césares tiene estrecha relación con el mito español de La Ciudad de Jauja, y en América con Las Siete Ciudades de Cibola, siete ciudades fabulosas que habrían estado situadas en lo que después se llamó Nuevo México; la Gran Ciudad del Dorado, situada sobre las márgenes de un lago, la laguna Guatavitá, llena de palacios y de templos, y dueña de montañas de oro; el País del Rey Blanco o Sierra de la Plata, país soñado o entresoñado por su riqueza de oro y plata. Se ubica en el Perú de los incas y en las minas de Charcas; el Pueblo de Mbororé, leyenda brasileña que presenta a un pueblo con casas sin puertas ni ventanas, cuyas casas con entradas subterráneas guardaban inmensos tesoros.

1. Esta ciudad intranquilizó el sueño de los conquistadores españoles que llegaban al Río de la Plata, venían del Perú o estaban en Chile. El nombre de Ciudad de los Césares le vendría por el Capitán Francisco César, a quien Sebastián Caboto comisionó hacia el sur del territorio argentino para que reconociese nuevas tierras, allá por el año 1572.

Entre las expediciones militares que han buscado la Ciudad a través de la pampa, se encuentran las llevadas a cabo desde el suelo argentino por Hernando Arias de Saavedra, que sale de Buenos Aires en 1604, y Gerónimo Luis de Cabrera, que lo hace desde Córdoba en 1662.

Desde Chile la han buscado el capitán Diego Flores de León, que llegó hasta el lago Nahuel-Huapi y los evangelizadores Luis de Valdivia, Diego Rosales, Nicolás Mascardí y Francisco Menéndez. Los grandes cronistas de esta Ciudad Encantada de la Patagonia son el padre Diego de Torres, el padre José Gardiel, el padre José Guevara y el padre Pedro Lozano.


© SISIB - Universidad de Chile y Karen P. Müller Turina