El Santiago que se fue

En tres países con Gabriela Mistral

(Pág. 85-97)

Estando en Lima en 1938, se anunció que Gabriela Mistral, partiría de Chile y haría escala en el Perú. Me apresuré a escribir un artículo que se publicó en el diario La Prensa 26 de junio de 1938, que era como una ordenación de datos que hacían relación con su vida. Era a la vez un saludo de uno de los escritores de su tierra que le guardaba admiración y gratitud por una presentación que hiciera de sus poemas en Repertorio Americano, en San José de Costa Rica. (1)

Este artículo se lo remití y luego vino el agradecimiento en un tarjetón con extendida letra y el deseo de encontrarnos en su permanencia en Lima. Al arribo del barco, fui al Callao con un grupo de escritores jóvenes. Entre ellos recuerdo a José Alvarado Sánchez, que dirigía la revista Palabra, José A. Hernández, Augusto Tamayo Vargas, Pilar Laña Santillana, que orientaba una revista Social. Después de las manifestaciones oficiales, empezaron las reuniones en el Hotel Bolívar, en las cuales le serví de informante y presentador. El movimiento literario era interesante en ese año en el Perú, se respetaba al poeta José María Eguren, autor de las Simbólicas y Canción de las Figuras; Martín Adán (Rafael Benavides de la Fuente) que había entregado La casa de cartón, novela poema; Xavier Abril, Adolfo Westphalen; Enrique Peña Barrenechea; Fabio Xamar, José Hernández, José María Arguedas, que había publicado Agua, que se estaba traduciendo al ruso; Arturo Jiménez Boja; Alberto Tauro y Estuardo Nuñez, ensayista y crítico.

Los pintores José Sabogal, director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, que había tenido una larga permanencia en México; Julia Codecido, con raíces familiares en Chile; Cota Carvallo, Enrique Camino Brent, César Moro y la escultora Carmen Saco. Todos habían vivido junto a la obra de José Carlos Mariátegui, en su revista Amauta; sentían el alma del paisaje andino trabajaban con una fisonomía indoamericana. Recuerdo que le presenté a una mujer con la cual iban a hacer buenas migas o buenas amigas, Isajara, Isabel de Jaramillo. Así en las tardes, huyendo un poco de las visitas, se refugiaba la maestra en la casa de Isajara y dormía la siesta.

Esta inolvidable amiga, le presentó al poeta José María Eguren, al cual profesaba gran respeto, con quien la poetisa quiso fotografiarse, esta debe haber sido una de las pocas veces que posó, porque no era amigo de esto y de muchas otras cosas. En el Hotel Bolívar se hospedaba una declamadora cubana, Delia Iñiguez, con la que se complementaría en su primera conferencia "Lecturas y comentarios de sus poesías", que ofreció el 19 de julio de 1938 en el teatro Municipal de Lima. La declamadora, tuvo a su cargo la recitación de los poemas de la poetisa; ambas fueron ovacionadas, especialmente Gabriela Mistral. Entre los asistentes se notaba la totalidad de la intelectualidad peruana, miembros de la sociedad y del cuerpo diplomático, el Embajador de Chile, señor Luis Subercaseaux y miembros de la Embajada, varios ministros de estado, representantes del profesorado de las universidades y numerosos estudiantes.

Más de una vez salimos a "callejear", como decía ella. Le gustaban estos paseos, pero sin que la molestaran. Y siempre se estaba dirigiendo a Consuela Saleva, su secretaria. "Mira se parece a eso que vimos... ¡Y que igual es esta América, Orestes!" (Nota: Gabriela Mistral siempre llamó Orestes al autor). Era feliz en estos recorridos. Un personaje limeño, don Rafael Larco Herrera, dueño de un diario, La Crónica, la festejó y luego la invitó a Chiclin, donde mantenía un Museo Arqueológico.

En otra ocasión, Pilar Laña Santillana, la sacó de Lima y la llevó a su casa de playa, donde pasó días felices. A su vuelta venía muy descansada y con una serie de fotografías que le habían tomado y una de ellas, en la que se encontraba muy bien, quiso obsequiármela y me la extendió con esta dedicatoria: "A Orestes Plath, amistad de su paisana y compañera" Gabriela.

En nuestras juntas conversando de Chile, llegamos al tema de los mapuches, los cuales le interesaban tanto como los diaguitas. Le conté que tenía conmigo Lecturas araucanas de Fray Félix José de Augusta. Me manifestó que era el libro que deseaba tener hacía mucho tiempo, pero le había sido imposible conseguir. Se lo llevé de regalo. No olvidaré la felicidad que le produjo este obsequio. Llegó el día de la partida, nos despedimos en el Hotel Bolívar. Nos abrazamos y me dijo: "nos veremos, Orestes, yo se lo digo". Me retiré pensando en sus palabras. A poco recibí una carta en la que me acompañaba copia de una dirigida al Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, en la que decía:

Señor Ministro:

Tengo la honra de enviar a V.S. un conjunto de recortes de periódicos que tratan de asuntos chilenos. Ellos se deben a la pluma de un joven escritor chileno, Orestes Plath, que he conocido aquí y a quién he visto espléndidamente vinculado con la prensa del Perú.

Creo, señor Ministro, que el señor Plath sería un elemento valioso para nosotros como divulgador de negocios culturales nuestros.

Tal vez pudiese el Ministerio pagar en la medida de sus recursos algunos trabajos del señor Plath, a fin de dar estabilidad y regularidad a esta labor útil de nuestro compatriota.

Dios guarde a V.S.

Gabriela Mistral (Lucila Godoy)

Lima, agosto, 13 de 1938.

Una carta cada cierto tiempo, nos ponía en comunicación. Siempre solicitando noticias literarias y recortes de críticas para no estar tan desvinculada. Así llega el año 1943 y obtengo una beca para estudiar literatura y folclor en el Brasil. Éramos diez profesores los favorecidos.(2) Estando en Río le despaché un telegrama a Petrópolis, saludándola y diciéndole que había obtenido una bolsa de estudio lo que me permitiría estar un año en el Brasil. Me contestó que lo sabía y que en la semana nos encontraríamos todos en la Embajada.

Así fue, nos reunimos. Tuvo mucho gusto de conocer a algunos personalmente. Y nació un próximo convite a Petrópolis, para conversar de mis estudios. Mi entrevista en Petrópolis ya versó sobre mis profesores y los planes de Estudios de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Escuela Nacional de Música. Luego me di cuenta que estaba sumida en un gran dolor. Aterrada por el suicidio de Stepfan Zweig y su mujer. El famoso escritor judío austríaco de sesenta años de edad, que había huido de su país natal pocos meses antes. Determinación que tomaron por el temor a que la guerra los alcanzara en su refugio del Brasil. El suicidio de Yin Yin, su sobrino, Juan Miguel Godoy Mendoza. Conmovió profundamente su espíritu. Todo esto había pasado a pocas cuadras de su casa.

Por obra y gracia de ella estuve cercano a los poetas Carlos Drumond de Andrade, Murillio Méndez, Manuel Bandeira, Luis Heitor Acevedo y de Cecilia Meireles, periodista, folcloróloga, narradora y poeta, mujer muy fina, respetada entre los valores culturales del Brasil.

Traductora de diversos poetas latinoamericanos, había dictado cursos de literatura brasileña en los Estados Unidos. Tengo entre sus presentes, su libro Batuque, samba y macumba (1935), obra servicial para mis estudios de folclor en aquellos días. Me acerqué a los pintores Candido Portinari, Lasar Segall, Emiliano Di Cavalcanti, Santa Rosa y al arquitecto Oscar Niemayer.

Siempre que me informaba que vendría a Río, por algún acto público o exposición acudía para encontrarme con ella. Y su invitación era: "vaya a verme los sábados". Visitas que realice con satisfacción. Hubo gran confianza entre nosotros y ella reía con algunas expresiones mías. Una vez le conté la aventura de una pierna ortopédica, en la que jugó un papel Pablo Garrido y Laura Rodig, la escultora y pintora, con la que trabajó en México. "¡Pero qué no le pasa a Laura!", repetía. Recordaba a Mireya Lafuente de Naguel, pintora que había sido profesora de artes plásticas en el Liceo Nº 6. Con los años fueron comadres. Era madrina de bautizo de Ronal Naguel Lafuente.

Gabriela Mistral a veces acusaba una amargura intensa y trágica, con voz de rezo; no de "rezadura" como decía ella. Destacaba hechos ingratos de su carrera, para ella imborrables. Los evocaba sin cansancio y hostigada, parecía resentida, pero en verdad, era una dolida. Rememoraba costumbres del Norte Chico, los desenterradores de tesoros, los bailes de las agrupaciones de danzantes de la Virgen de Andacollo, las pelas de duraznos en el valle de Elqui, en el tiempo que los obreros manejaban con sin par destreza afilados cuchillos. Y agregaba: "se amenizaban las pelas con narraciones de cuentos, recitaciones de romances y cantos acompañados de guitarra. Usted que estudia el folclor no deje de interesarse por las figuras de pasta de azúcar y de pasta de fruta de Vicuña".

Platicábamos de toponimia, le interesaban los topónimos mapuches, quechuas; la piedra, el espinazo lítico, como decía de las pirca ya sea destrabada o con mezcla. Comunicaba sus múltiples sentidos con eficacia extraordinaria. En su conversación empleaba arcaísmos, regionalismos, neologismos, ya no sabría decir si era rudeza o ruralidad, pero sí dulce y rotunda. Hablaba de los indios. Se consideraba india cristiana americana. Era una madre Las Casas. Su característica, muy usada en su obra toda, era hurgar en la naturaleza americana con curiosidad y descubría en ella menudencias valiosas. Lograba en la observación menuda y sagaz. Tenía todo, el aroma primitivo e inconfundible de su tierra. El paisaje le ayudaba a cumplir mejor con su deber, le daba medidas; le revelaba sus fuerzas. Ella era paisaje lleno de suavidad, como de acentos duros.

Ahora lo evoco, caminando con ella, en silencio, hacia la zona donde inició el diálogo con la naturaleza. En la mañana del 22 de marzo de 1960, muchas manos levantaron la urna en que ella reposaba en el cementerio de Santiago. La retiraba el espíritu de Chile para llevarla en su último viaje hacia Montegrande. Pasó por el corazón de la capital hacia la plaza Ercilla. En este recorrido las floristas, mujeres de trato diario con las flores, lanzaron a su paso lo que ellas podían dar como reconocimiento a la maestra que cantó a los niños del pueblo.

La infancia y la juventud le formaron calle con el corazón recogido. Veían pasar a la maestra, envuelta en la bandera de la patria. En la Plaza Ercilla se detuvo la marcha y la urna que iba en un carro del ejército fue trasladada a una carroza que la llevó hasta el Grupo de Aviación Nº 10 de Los Cerrillos. La urna descansó en una capilla ardiente, para ser llevada al día siguiente 23 de marzo, en un avión de la Fuerza Aérea de Chile, hacia la Serena, el que debía llegar a las 10 de la mañana. En esta ciudad, había gran número de colegiales recogidos y banderas enlutadas. En el aeropuerto esperaban las autoridades y centenares de escolares que tributarían su afecto y su cariño. Aterrizó en la loza del aeródromo el avión en el que viajaba la comitiva oficial.

Minutos después llegó el transporte que traía el féretro. La tripulación del avión hizo entrega a la comitiva santiaguina del cofre mortuorio. Ésta a su vez, traspasó la urna a las autoridades de La Serena, las que avanzaron lentamente mientras una compañía del Regimiento rendía los honores de ordenanza. El féretro fue colocado en un carrobomba que estaba estacionado a la puerta de acceso del aeródromo. Aquí, el Alcalde de La Serena, señor Jorge Martínez Castillo, recibió los restos.

Está autoridad dijo: "Toda su poesía está viva, porque los labios de Gabriela están besando el corazón del mundo. Otra vez se detiene la maestra rural aquí en la última colina de La Serena, pasajera dócil a su Montegrande que sabrá arrullarla para siempre. Va dormida simplemente hacia la aurora de la eternidad, porque: No es morir el vivir en los corazones que dejamos detrás de nosotros. Y ella lleva ese mensaje de infinita y resignada tristeza, porque arriba a la tierra humilde y soleada".

"La Serena, junto a su silencio que fulgura como una lámpara votiva, se arrodilla, con las manos juntas como implorando para ella la paz y la gloria que en días de hostilidad gris no supo darle y le entrega como ofrenda suprema la admiración deslumbrada de la gente provinciana, el llanto contenido de los niños chilenos, la sombra sagrada de la cruz redentora y la oración de sus claveles. Llevadla, amigos hasta donde nace el valle, hasta la entraña de los viñedos solitarios y fecundos con esa dulcedumbre con que se lleva a una niña dormida porque, la Gabriela insigne, coronada de estrellas, es la misma Lucila que hablaba a río, a montaña y a cañaveral".

Terminada la breve ceremonia, se inició el cortejo hacia Vicuña. Lentamente avanzó la carroza bomberil hacia el oriente, rumbo al valle. Largas filas de estudiantes serenenses estaban situados a ambos lados del camino portando sus estandartes enlutados. En mudo silencio tributaron el último homenaje a su paso por esta ciudad. Flores, claveles de los jardines serenenses como testimonio del afecto y el cariño de los estudiantes. El cortejo se fue camino del valle, del valle que ella describió. Y a medida que se adentraba aparecían las laderas aprovechadas en andenes, recordando a los agricultores del incanato; las casas de adobe y techo vegetal; las escuelitas con sus niños de delantal blanco y sus banderas con un crespón negro; las higueras, con "un higo tan bello como siciliano"; las viñas; los papayos con su fruto "puro aroma y sabor constreñidos".

Los cerros amarillos adornados de cactácias y la piedra tras la piedra. Por allá se veía una aguada, por aquí un tambo, restos de la cultura diaguita, y los pueblecitos que se vaciaban al camino, al único camino. Mientras rodaba el carro mortuorio, un detalle impresionó; a la entrada del pueblecito el Tambo, había un cartel que decía:

Ante la admiración de tus coterráneos, pasas
por última vez por el camino de tu valle natal,
hacia tu amado Montegrande, que un Presidente
prometió pavimentar.

Con estas palabras los vecinos recordaban la intervención que hizo Gabriela Mistral ante el gobierno de la época para que se pavimentara el camino. Al respecto, en septiembre de 1954 envió el siguiente telegrama al Presidente Carlos Ibáñez del Campo: "Vuestra Excelencia ofrecióme solicitarle algo en favor de mi valle de Elqui. Deseo que Vos. Excmo. señor, que en anterior Gobierno unisteis Serena con Vicuña con camino carretero, completéis esa obra monumental que perpetuará vuestro nombre, ordenando su inmediata pavimentación. Respetuosa y afectuosamente, vuestra elquina. Gabriela Mistral".

Por los caminos del valle han llegado miles de campesinos a la plaza de Vicuña sombreada por gigantes pimientos. La plaza honra a dos maestros: se adorna con el busto de Gabriela y el de don Ramón Herrera. En un costado se ha levantado un catafalco para recibir el féretro. En este catafalco se depositó por dos horas para que los hijos del valle desfilaran frente a ella. Niños de las escuelas de la región la cubrieron de flores. Este homenaje efectuado en la plaza constituía la mayor demostración cívica de que se tenga recuerdo en la zona. El pueblo que la vio nacer, que sintió sus primeros vagidos era ahora un solo gemido de duelo. Las campanas de la iglesia llenaban los aires de plañideros acentos.

El alcalde de Vicuña, señor Reyes Ugarte, la había recibido el 30 de septiembre de 1954 en esta misma plaza y la saludó en nombre de la ciudad. Y así habló en esa memorable oportunidad: "Gabriela, los prados y vergeles del valle de Elqui, en esta primavera florecerán dos veces". Ahora el mismo Alcalde, con voz doblada por el dolor dijo: "Se ha ido la más extraordinaria de las mujeres, se fue como muere el sol en el ocaso. Se extinguió la brillantez de sus rayos cuando cantaba a nuestras flores y a nuestros niños. La ciudad viene hoy ante vuestros venerados restos a depositar el tributo de sus lágrimas y a deshojar sobre ellos fragantes flores. El viento del olvido, más veloz que la corriente de los años, podrá evaporar esas lágrimas y marchitar esas flores, pero el recuerdo de vuestra partida perdurará en nuestra memoria, dominadora del tiempo y del olvido".

Vicuña, que es como una huerta, de paltos, naranjos, sostiene la modesta casita en que naciera Gabriela. Entre recuerdos de su infancia humilde, se confunde una fotografía, la del Rey, que le hace entrega del más alto galardón que existe en las letras. La iglesia de Vicuña guarda su partida de nacimiento y de bautismo. Y aquí vive el señor Orozimbo Álvarez Flores, que como periodista publicó las primeras inspiraciones en prosa que Lucila Godoy Alcayaga firmó con los seudónimos de Alguien y Alma.

El cortejo prosiguió viaje a Montegrande, la tierra de su infancia. Y el paisaje que tomó unanimidad en la obra de Gabriela vuelve a mostrarse. Caminos angostos en línea curva, siempre doblegados por la pirca. Por la rajadura del cerro, el valle. Hacia el monte, asnos y cabras ramonean por entre las cactácias. En un paisaje de silencio lítico aparecen pequeños caseríos, modestas viviendas semiocultas tras el follaje de árboles frutales; tristes cementerios, abrazados por la pirca. El sol se deja caer con todo su peso por los caminos terrosos. A la entrada del valle de Montegrande una inmensa piedra muestra el rostro de Gabriela Mistral; su cabeza está como asomando por obra y gracia de la escultora Laura Rodig.

Ya se enfrenta la casa de adobe de Montegrande, donde vivió Gabriela hasta los nueve años. Esta casa, también fue su escuela, Se orilla la vieja iglesia en que Gabriela hizo su primera comunión. Ahora esta iglesia dobla tristemente por ella... Nunca se vio tanta gente ni menos tal número de automóviles que hacen estrechos los caminos cada vez más angostos de Montegrande. La pequeña plaza quedó rodeada de una doble fila de vehículos. En el corazón de Montegrande, en una colina baja, la Sociedad de Escritores ha levantado un Mausoleo; aquí la guardarán.

Flamean las banderas de Chile, de Suecia, y las banderas de todos los países que ella visitara. El alumnado de la escuela Mixta de Montegrande, que lo conforman ochenta estudiantes, muchos de ellos de los campos vecinos, atendida por su única profesora; también estaban representadas todas las escuelas del valle: y dos delegaciones de alumnas de Santiago, pertenecían al Liceo Experimental Gabriela Mistral y al Liceo Diego Portales. La caja mortuoria ya está frente al nicho. El presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, Julio Barrenechea levanta su voz entre la congoja de los asistentes:

"La hemos traído para compaginarla con su cerro, para que calque la tierra su aquietado perfil, para que el viento sienta en el estremecimiento del follaje desmadejarse sus cabellos, para que la luz del día se surta de claridad en su mirada hundida, para que la noche solitaria del norte amable aprenda la lección de su silencio solemne, para que toda ella desvanecida, se reintegre a su piedra y a su aire que conjugado dureza y liviandad, conocimiento de la muerte y ardor vital, le otorgaran la magia creadora del arte de capacidad para sufrir y la voluntad para cantar.

La hemos traído al sitio que modeló su espíritu, que templó con esmero la primitiva cuerda de su gracia en germen. Aquí la hemos traído y aquí la sembramos, para que su árbol prospere eternamente, abriendo su benéfica sombra sobre el mundo.

Del cementerio general de Santiago, camino de Montegrande, partió como el fondo de un río dormido entre dos orillas de niños chilenos. Su paso dejó por las largas calles una huella de flores. Fue como si hubiera pasado la primavera.

Los pueblos le vienen tributando los homenajes del camino. El valle le ha vuelto a pasar su verde mano por la frente. ¡Oh!, gran mujer multiplicada, eras tú demasiado para morir una sola vez.

Fuiste la estatua viva de muchas cosas, reliquia de la patria. Fuiste la estatua de la madre, de la maestra, de la doliente creadora. Fuiste el más acabado monumento de la mujer chilena, desde tu humilde pedestal hasta la cúspide de tu gloria.

Por todo esto la patria te venera y se honra un país que sabe honrar, y que al mirarse en el espejo de sus ingenios, ve dignificando el rostro del pueblo.

Gabriela Mistral hubiera querido hablarte sólo con un gran silencio, parecido a tu serena majestad. Ahora para tu paz, que se apague el cielo de la tarde, y que bajo las flores pequeñas llegadas desde todos los rincones del valle puedas, suavemente, soñar con tu infancia".

En representación del Ateneo de La Serena, habló su presidente, el escritor señor Héctor Carreño Latorre, quien expresó: "Gabriela amó tal vez como nadie estas montañas provincianas, este río esencialmente montañoso del que sin nombrarlo decía en sus versos: "río vertical de gracia parado y corriente vivo en su presa y despeñado...", amó las piedras las colinas y los árboles de este paisaje montañés; bebió en su infancia todos los elementos de este panorama que la vio nacer y crecer, y los volcó íntegros largamente en su poesía; y al fin —imperativo del destino o de la fuerza misma de ese arraigo a la tierra de su niñez— quiso venir a reposar a la hora del descanso eterno, entre estas montañas de su provincia".

El Alcalde de Paihuano, señor Juan Somerville, quien en compañía de su hermano Guillermo, donara el predio donde se ha erigido el mausoleo, expresó: "Vengo en nombre de la tierra que fue la cuna de Gabriela, en la que ella vivió su juventud, la que forjó su alma e inspiró su genio a recibir sus restos a su querido Montegrande. La fuerza maciza de sus ideas, le inspiraron la grandeza de sus montañas, la dulzura bondadosa llena de misericordia de sus anhelos. Es la dulzura de los valles y de los frutos de nuestra tierra elquina".

Y la voz se sigue levantando entre la congoja... "Gabriela Mistral ha vuelto a su medio de origen, el valle cálido que conformó su personalidad y poesía", dice el Subsecretario del Ministerio de Educación, señor Emilio Pfeffer. Y continúa diciendo: "El Ministerio de Educación, al disponer el necesario realce para el traslado de los restos de Gabriela, ha cumplido la obligación que le imponía el valor de esta chilena extraordinaria, la profesora epónima, que sobreprestigió las funciones que se le encargaron".

Y vienen las palabras finales para su último viaje. Estas son del Intendente de la provincia, señor Tulio Valenzuela: "Igual que en los caminos de Betania, quedaron impresas para siempre las huellas del Salvador: igual que el "Sermón de la Montaña", es el himno del amor en todos los campanarios del orbe, así, con la misma entonación campesina que Gabriela tanto deseó para su pueblo, nos atrevemos a decir, que su quietud de nieve resplandece y deslumbra, y, que su mudez de diamante, nos está enseñando la sublime parábola de ser raíz, para el fruto sazonado de gloria y belleza bíblica".

Ya se rezan los responsos.
Los rostros reflejan angustia, llanto contenido o suelto.
Aquí están sus amigas y amigos, conocidos y desconocidos.

Las amigas de su niñez tienen los ojos empapados en lágrimas. Ahí está la señora Clara Luz Godoy Aherroja, prima hermana de la poetisa, doña Obdulia Bonilla, condiscípula de Gabriela, que fue testigo de un gran sinsabor de su compañera, doña Isolina Barraza de Estay, doña Eliana Lemus viuda de Espejo, otra amiga de la infancia y su compañera Auristela Rodríguez viuda de Varela, sobreviviente de una de las que iban a ser reinas y doña Dolores Pinto Alcayaga, prima en tercer grado de la maestra, que fue regidora y la primera alcaldesa de Vicuña. Ella ocupaba precisamente ese cargo en 1938, cuando Gabriela retornó a Chile después de una larga ausencia. Le tocó recibirla oficialmente a nombre de su ciudad natal y como pariente. Doris Dana, su secretaria, que viniera de Norteamérica y que por diez años la acompañara todas sus horas ve cumplirse el deseo de la maestra, al reposar para siempre en Montegrande. Entre los asistentes, entreví al escritor y aviador Diego Barros Ortíz, al escritor Hernán Poblete Varas, a la poetisa Carmen Castillo, que tuvo a su cargo la dirección de los trabajos del mausoleo, al presidente de la UNESCO, don Oscar Fuentes Pantoja, a Laura Rodig, su amiga y escultora que talló para siempre su gesto cansado, a Mireya Lafuente, la pintora, Marta Lillo, escultora, Oscar Ilabaca, tenor, Mercedes C. Latorre, que está con el dolor de las alumnas del Liceo Nº 6 de Niñas de Santiago, creado por Gabriela Mistral y su primera directora, Olaya Errázuriz de Tomic y Radomiro Tomic, representante del cariño de una familia donde Gabriela se sentía como una reina. Y siguen los escritores Raúl Aldunate Phillips, Jorge Iribarren Charlín, Manuel Eduardo Hubner, Carlos René Correa, Mila Oyarzún, Ximena Adriazola, María Urzúa, Miguel Saidel, Víctor González Berendisky.

Una guardia de soldados estaba colocada a ambos lados del complejo mortuorio. El ataúd descansaba en la tierra, cubierta con el tricolor nacional, y un capuchón de la Orden de San Francisco, además de un ramo de copihues rojos; ella era hermana de la Orden Tercera. Se procede a la colocación del féretro dentro de la cavidad de la colina, la que sería cubierta con una lápida. Flores de su valle y copihues del corazón de la araucanía. Flores traídas por los niños y por el pueblo son depositadas con emoción y con la más absoluta sinceridad. Para que entregue su aliento terrenal, la guardaron en el corazón de la colina. Se cumplía el deseo de la maestra: dormir para siempre en Montegrande. Ahí quedó en silencio el Premio Nobel de Literatura 1945.

Gabriela Mistral con voz de rezo, no de rezaduría como ella decía, estaba siempre atañendo al fondo mismo de las cosas

 

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