El Santiago que se fue

Alberto Romero y los inicios de la SECH

(Pág. 317-320)

 

 Alberto Romero fue uno de los fundadores, que en 1932, logró echar las bases de lo que es hoy la Sociedad de Escritores de Chile y que, con la colaboración persistente de Marta Brunet, logró aunar voluntades para "levantar la vida social y económica del escritor". A él le correspondió, a su vez, ser uno de los organizadores de la Primera Semana del Libro Chileno que se realizó entre el 9 y el 16 de septiembre de 1933. Fue también el artífice para que se instituyera el Premio Nacional de Literatura y Arte por Ley No 7368, del 20 de noviembre de 1942.

Viaja a España donde participa como invitado, en su calidad de vicepresidente de la Sociedad de Escritores de Chile, que a la sazón tenía cinco años de vida, para participar en el Segundo Congreso de Escritores Antifascistas, realizado en Madrid, a mediados de 1937. Ese mismo año, asiste al Congreso del Pen Club en París en su calidad de presidente de la SECH, y representando al Pen Club y al Instituto Chileno-Colombiano.

Sus libros y su acción estuvieron siempre puestos al servicio del pueblo, al trasunto de personajes, cuya realidad parecía más bien una excesiva pesadilla. Los críticos no concebían que escribiera sobre tipos subhumanos, que buscara sus materiales en los sectores más negativos como la vida de los hampones, lanzas, homosexuales, los barrios bajos, el arrabal a la orilla de la ciudad que conforman los cordones negros de la miseria, los bares de última categoría, conventillos y prostíbulos.

Hernán Díaz Arrieta no lo incluyó en su Historia personal de la literatura chilena. Doña Inés Echeverría Bello, Iris, al leer La viuda del conventillo le comentó a Romero: "que ella no sabía que hubiera esa miseria en el pueblo de Chile". Mientras, Mariano Latorre Court, lo mostró: "como el primer escritor chileno que estudia en forma documentada y seria la vida popular de Santiago". Se dijo que era un "criollista urbano; encarnación genuina del viejo Santiago"; monumento de la rotá chilena". ¿Cuántos libros escribió? Memorias de un amargado, 1918; Buenos Aires espiritual, crónicas, 1922; Soliloquios de un hombre extraviado, 1925; Soy un infeliz, novela corta, 1927; La tragedia de Miguel Orozco, novela, 1929; La viuda del conventillo, novela, 1930; La novela del perseguido, 1931; Un milagro. Toya, novela. 1932; La mala estrella de Perucho González, 1935; España está un poco mal, 1938.

El año 1939 el directorio de la SECH estaba conformado por Alberto Romero, Marta Brunet, Jerónimo Lagos Lisboa, Olga Acevedo. Diego Muñoz y Luis Enrique Délano. De ellos tuvieron que renunciar. Marta Brunet y Diego Muñoz al radicarse en Buenos Aires. El 10 de octubre en una sala de la Biblioteca Nacional, se realizó la elección de los nuevos directores. En la votación personal resultaron elegidos el poeta Samuel Lillo y Oreste Plath. La comisión designada por la SECH, para preparar la segunda feria, que funcionaría en Santiago desde el 20 de diciembre hasta el 20 de enero, en la avenida Bernardo O’Higgins. entre las calles Ahumada y Bandera, estaba compuesta por los escritores Samuel Lillo, Jerónimo Lagos, Januario Espinosa, Caupolicán Montaldo, Rubén Azócar, Chela Reyes, Benjamín Subercaseaux. González Vera, Efraín Szmulewicz y el propio presidente de la sociedad. Esta segunda feria nacional del libro fue una demostración viva de los esfuerzos con que un grupo de hombres desprovistos de alicientes trabajan por prestigiar la nacionalidad en el terreno puro de las ideas, mientras Europa juntaba cañones para destruir la civilización.

Las editoriales chilenas montaron sus pabellones, el periodismo nacional exhibió una retrospectiva, desde la Aurora de Chile. Este pabellón estuvo bajo la égida de Camilo Henríquez y la tuición del Sindicato de Periodistas. Se efectuaron charlas de escritores, actos culturales, retretas. Los niños y los obreros encontraron elementos que los favorecieron. Se distribuyó gratuitamente entre los niños un romancero y la SECH, a la clausura de la feria. donó numerosas obras literarias a las instituciones obreras. Esta feria del libro fue una cooperación importante para el gobierno del Frente Popular.

En esta mirada a la distancia, diviso a la hermana de Alberto, la periodista María Romero Cordero. En 1939 fue redactora de la revista de cine Ecrán, de la cual, posteriormente, fue directora. Como especialista en cine, viaja varias veces a Hollywood, hasta convertirse en amiga de actores y estrellas. En el año 1975 organiza una antología poética de autores nacionales y extranjeros.

Colaboré en la revista Ecrán por invitación de ella, como lo había hecho antes cuando la dirigía Luis Enrique Délano. María Romero. después de dos años de enfermedad, fallece en 1990. A esta cita familiar, del recuerdo literario, sigue su hermano Hernán Romero Cordero, presidente del Colegio Médico, miembro de número de la Academia de Medicina, director de la Escuela de Salubridad; realiza obras periodísticas y es autor de numerosos libros de medicina social y de literatura.

Alberto Romero jubila en el año 1950 y vive algún tiempo en Viña del Mar. Desaparece de la escena literaria. Se le ve cambiar su sombrero alón por una boina como su abuelo. Este abuelo era concuñado de don Antonio Varas y de don Juan Esteban Rodríguez, hijo del guerrillero.

Don Alberto tenía un amigo que empleaba una muletilla en las disensiones: "Yo soy hijo del político..." y lo nombraba. A lo cual él le respondió cierta vez: "Yo soy hijo del pan y me muero de hambre".

Su esposa, doña Zulema Piñero, dama argentina, busca un retiro y se cobija en el hogar israelita de la comuna de Ñuñoa y don Alberto la acompaña, se recoge con su esposa a continuar su convivencia, llevando con él unas fotografías de juventud de su mujer, para que todos supieran lo linda que era.

Don Alberto en esta última parte de su vida estuvo poblado de silencio y abandonado de sí mismo. Vivió con su corazón cargado de dolor y desterrado al olvido.

Muere a la edad de 85 años en 1981. Sus restos fueron velados en el Club de la República y, posteriormente, depositados en el cementerio general. Luis Sánchez Latorre, presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, lamentó su muerte con estas palabras: "Ha muerto el gran abuelo de la narrativa chilena, y se ha ido sin el reconocimiento que se le debía por la obra que desarrolló dentro de la literatura chilena

 

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