Geografía del mito y la leyenda chilenos

Provincia de Concepción

Llacolén
(Pág. 209-211)

En la Laguna Chica de San Pedro, agua y tierra india, vivía el toqui Galvarino con su hija Llacolén, joven princesa mapuche de belleza indiana. Era de largos cabellos castaños que se los batía el viento cuando corría en medio de la selva o el agua se los distendía al nadar en la laguna.

Era hija predilecta del gran toqui y la estirpe estaba latente en su gracia. Era arrogante su andar y su espíritu pronto a estallar.

El gran toqui un día pensó que la hija debía casarse y entró en conversaciones con el cacique Lonco, que tenía soltero a su hijo Millantú, mozo como de bronce y ancho pecho, que se había distinguido por su valor en varias batallas.

Ascendencia y linaje comprometieron a Llacolén y Millantú.

El orgullo y valentía de Llacolén se sintieron heridos por la elección de su padre, ella mandaba su odio y su amor. Le habría gustado ser elegida y no convenida.

Pero ella acató la voluntad de su padre.

Mientras, el invasor era resistido en lo espeso de las selvas, y el choque se hacía violento entre espadas y mazas. La tierra se teñía de sangre de español e indio.

La conquista se hacía recia y el mapuche indomable.

Llacolén veía partir a la guerra a los mocetones por lo espeso de la selva.

Y en medio del bosque, como siempre, iba a nadar largas horas en la laguna. Allí esperaba y soñaba.

Un día fue vista por un apuesto y gallardo capitán español que a las órdenes de don García Hurtado de Mendoza se encontraba en las nuevas tierras.

Vinieron las entrevistas y nació el romance. El amor los empezó a abrasar. Fue un amor que en ambos creció.

En Llacolén había surgido el amor anhelado, distinto de aquel impuesto por la voluntad de su padre y la tradición.

Un día en alas del viento llega la noticia de que Galvarino, en singular combate ha caído prisionero y que el Gobernador García Hurtado de Mendoza había ordenado cortarle las manos para atemorizar a los indómitos hijos de Arauco.

Dicen que Galvarino soportó serenamente el atroz suplicio y aún más, alargó la cabeza al verdugo para que también le fuese cortada.

Una vez terminado el castigo y puesto en libertad, amenazó a sus victimarios y corrió a juntarse con sus compañeros para excitarlos a la venganza. Estos lejos de escarmentar, al poco tiempo les presentaban batalla a los españoles, bajo el mando de Caupolicán y entre los combatientes se encuentra Galvarino, quien durante la lucha se batió valientemente a pesar de faltarle ambas manos, siendo después ahorcado junto con otros aguerridos en los árboles más altos de un bosque vecino al campo de batalla.

La hermosa Llacolén no supo entonces si amar u odiar a todos los invasores. La desazón y la duda la invadían. Con su alma atormentada y en la mayor desesperanza, fue a buscar la tranquilidad que le faltaba, en medio de la selva, junto a la laguna.

La noche descendía con su oscuridad lentamente, como envolviéndola, como escondiéndola, hurtándola de su tragedia.

Y apareció la luna.

La noche y la luna fueron rotas en su silencio de paz, de armonía espiritual. Al galope de su caballo llegó el capitán español, que con palabras de amor y consuelo quería ahuyentar todo pensamiento perturbador de la mente de la joven.

Mientras, Millantú, desesperado, buscaba a su prometida. Guiado por el instinto y la selva, penetró en la espesura del bosque y dio con ella.

Los celos y la traición de Llacolén hicieron presa en Millantú, y obligó al capitán a entrar en violenta lucha. La espada y la maza se cruzaron innumerables veces hasta que heridos de muerte, rodaron sobre la hierba los dos cuerpos sin vida.

La luna se abre paso a través de la maraña espesa y platea con sus rayos las aguas de la laguna.

Trastornada Llacolén busca refugio eterno en las profundas y serenas aguas de la laguna.

Versión de Oreste Plath

 

La laguna de "Las Tres Pascualas"
(Pág. 214-215)

a) Al final del siglo XVIII, tres muchachas llamadas Pascuala iban a lavar ropa a una laguna, como en aquellos tiempos lo hacían casi todas las mujeres pobres de la ciudad. Era realmente un espectáculo pintoresco y lleno de vida el que ofrecían esas hileras de mujeres que en la mañana y en la tarde iban a lavar a la laguna.

Cuando llegaba la tarde, o mejor dicho a la oración, emprendían el camino de regreso a sus hogares. La mayoría eran lavanderas de profesión, como las tres Pascualas.

Caminaban con sus grandes atados de ropa que llevaban generalmente sobre la cabeza. A menudo marchaban cantando o conversando en alta voz.

Era agradable el cuadro multicolor que ofrecía la laguna con la ropa de distintos colores que flotaba al viento o estaba tendida sobre las ramas y que se distinguía desde lejos.

Una tarde, cuando otras compañeras llegaron hasta la laguna, encontraron flotando los cadáveres de las tres Pascualas.

¿Cuál fue la causa de esta desgracia?

Se asomaron tanto al agua que cayeron y no pudieron salir, perecieron de este modo.

b) Las tres Pascualas amaban a un mismo hombre, y después de larga meditación en la noche anterior resolvieron poner término a sus días, arrojándose a la laguna que era su propio sustento.

c) Llegaban hasta la laguna todos los días a lavar; mientras realizaban su trabajo, entonaban hermosas canciones.

Un día llegó hasta la casa de las tres muchachas un forastero en demanda de hospedaje, el que fue acogido gustoso por el padre de las jóvenes.

Todos los días al morir la tarde, regresaba hasta la casa el solitario forastero y miraba a las Pascualas que volvían cantando, al aire sus trenzas rubias y su atado de ropa sobre la cabeza.

El joven se enamoró de las tres hermosas muchachas y cada una, en secreto, le correspondió su amor.

No sabiendo a cuál de ellas elegir como su esposa, en la noche de San Juan les dio cita a las tres en la orilla de la laguna.

A las doce de la noche el forastero remaba, pero desesperado al ver reflejarse en las plateadas aguas a las tres Pascualas, comenzó a llamar: ¡Pascuala...! ¡Pascuala...! ¡Pascuala...! Las tres al sentir su nombre se creyeron elegidas y comenzaron a entrar en las traicioneras aguas.

Desde entonces, en las hermosas y encantadas noches de San Juan, a las doce, se ve un bote y entre el croar de las ranas surge una voz que llama desesperadamente a las mozas.

Versión de Oreste Plath

 

d) En un hermoso palacio vivía una bella dama, madre de tres lindísimas hijas que correspondían a los nombres de Sol, Esperanza y Alegría, pero a causa del nombre de la madre, se las llamaba, las tres Pascualas.

Murió la madre y las niñas se entregaron a una vida disipada. Las faltas que se cometían en este palacio fueron tan grandes, que un día de gran fiesta se hundió el palacio con las tres niñas y todos sus acompañantes, que eran más de cincuenta personas, llenándose de agua el espacio que antes ocupaba este lugar de disipación.

La extensión de agua que se formó por esta causa, es la que se conoce con el nombre de Laguna de las Tres Pascualas.

Versión de Ramón A. Laval

 

La Laguna Petronila Neira
(Pág. 216)

En una barriada de Concepción existe una pequeña laguna, cuya forma es redonda. En sus alrededores aconteció un hecho brutal, se asaltó y se dio muerte a una niña llamada Petronila Neira. La víctima de tan bestial proceder fue lanzada a la laguna.

Se sabe que Petronila Neira era una niña muy agraciada pero un día su pretendiente, por celos, se unió con un amigo para matarla y la invitaron a un bosquecillo cercano a la laguna y después de asesinarla la lanzaron a sus aguas, cuyo cuerpo apareció flotando, por lo que se le dio el nombre de Laguna Petronila Neira.

La imaginación y la devoción rodearon, en un tiempo, a la laguna de casetitas y dentro de ellas ardían velas en homenaje a la animita de Petronila Neira.

En ciertos días aparece Petronila Neira en la laguna, en la que han perecido muchos ahogados, como otras víctimas de asaltos han sido lanzadas también a sus aguas, quedando todo en el más profundo misterio.

Petronila Neira está sepultada en el Cementerio General de Concepción, donde se le rinde homenaje de santa popular y hace milagros ungida por el pueblo que cree en ella.

Esta laguna se llamaba en otros tiempos Laguna Redonda y después del asalto y muerte de Petronila Neira, tomó su nombre.

(Versión de Oreste Plath)

 

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