Geografía del mito y la leyenda chilenos

Provincia de Valdivia

La campana de oro hundida en el río Valdivia
(Pág. 263-264)

a) Los indios al incautarse del oro en los malones, lo lanzaban a lo más profundo del río con otras muchas joyas de valor inútil para ellos, ya que este metal no les atraía porque le recordaba tan duros trabajos como sufrimientos.

Mucho oro se volcó en las primeras iglesias ricas y opulentas de esta ciudad. Una de las campanas de oro de ellas fue arrojada al río y se encuentra sumergida frente a la isla Teja y son muchos los que la oyen sonar.

b) Una campana de oro está en lo profundo del río Valdivia, frente a la isla Teja, que recuerda una tragedia que pudo suceder durante la destrucción de la ciudad por los indígenas en 1599 o en un incendio acaecido en 1910.

La campana de la iglesia profanada por los indios o las llamas, yace en el fondo del río y sus lúgubres sones se dejan oír en las noches tempestuosas, las tañen los dedos descarnados del fraile que aún la cuida.

c) Un hombre, atraído por los mágicos sones de la campana de oro, dio en situarse todas las tardes, a la puesta del sol, en el sitio donde se le supone ubicada. Al proceder así, lo llevaba la idea de oír mejor los sones de la campana, y si era posible, apoderarse de ella con el propósito de convertirse en hombre rico de la noche a la mañana.

d) Siempre salvé esa parte con toda felicidad. Y muchas veces, a la entrada del sol, llegaban a mis oídos, con toda claridad, los sones de esa campana que tiene que ser de oro por la infinita dulzura de su tono.

e) En las tardes de verano es posible escucharla, a eso de la hora de la oración. Cuando en el río se hace un silencio enorme y solemne, se oyen los sones de una música extraña y dulce. Es la campana de oro que llama a recogimiento a los pobladores misteriosos de la ciudad hundida.

(Versión de Oreste Plath)

 

Pichi Juan
(Pág. 265-266)

Pichi Juan es un famoso talador indio de mediana estatura, de tez morena y labios gruesos, de pelo negro y de ojos brillantes; brillaban ansiosos de paisajes. Extraordinariamente listo, tal cual el puma.

Conoce todos los vericuetos del bosque y siempre está pronto para sacar de apuros. Muchas veces arrebata vidas a la turbulencia de los ríos.

Pichi Juan, figura de las tierras australes, orienta a los colonos y les descubre los misterios de la selva; es el indio-guía, amigo de quienes llegan por los días del año 1850 a destacar ciudades.

Vicente Pérez Rosales, Jefe de la Colonización, se da cuenta que este indio vale, que sirve para sus planes de encontrar terrenos y suelos fértiles, y lo invita a integrar una caravana de exploración.

Se internan en el bosque, en el que no se puede leer una carta bajo su sombra, pero guiados por Pichi Juan no hay peligro de extraviarse ni menos morirse de hambre, porque Pichi Juan sabe extraer la miel de los árboles y servírsela con avellanas, cazar, pescar en los pequeños riachuelos, husmear de lejos al huillín o al puma. Enseña a valerse de la selva para subsistir.

Llegan a un lago, no hay embarcaciones para recorrerlo y Pichi Juan hace una canoa de un tronco carcomido. Arriban a pequeñas islas y en una de ellas los coge una tormenta haciendo imposible el regreso o retardándolo. Sin amparo bajo la lluvia, Pichi Juan hace mantas de hojas de nalca o pangui y pasan la noche.

Descubren el bosque milenario en gran escala, pero éste impide el camino hacia el progreso. De vuelta a Valdivia Pérez Rosales ofrece a Pichi Juan treinta pagas, treinta pesos, para que incendie los bosques que median entre Chan Chan y la cordillera.

Las llamas devoran leguas y durante un mes el sol se oscurece al horizonte. Más de una vez Pichi Juan, sitiado por las llamas, encuentra su asilo en un carcomido coigüe. La muerte del bosque ofrece a los primeros colonos campos planos, virginales y arables.

Y Pichi Juan, hijo de la naturaleza bravía, se incorpora a la extraordinaria perseverancia de los colonizadores germanos.

Pichi Juan fue dejado al margen por las ciudades, no se oye hablar más de él ni se sabe la fecha de su muerte.

Valdivia, Osorno y Llanquihue lo cuentan en su historia. Y en los márgenes del lago Llanquihue, en el lugar denominado Los Riscos, un cerro lleva su nombre.

(Versión de Oreste Plath)

 

Los evadidos de Tasmania
(Pág. 268-269)

Un grupo de doce penados se fuga de Tasmania, y después de una penosa odisea, arriban a las costas de Chile. Los presos estaban encargados de construir un bergantín en el puerto de Macquaire. Una vez que éste se hizo a la mar, desembarcan a los soldados que los cuidan, y dueños del barco eligen capitán y las restantes autoridades.

Toman rumbo a América del Sur y viven semanas de penalidades. Después de 43 días de aventuras, desembarcan cerca de Valdivia y se orientan hacia la ciudad. Relatan proezas reales e imaginarias al gobernador y éste les dice que si se portan bien los deja trabajar.

Pasan dos años, algunos forman su hogar en Chile, otros con graves cargos de conciencia, deciden huir a otras tierras. Construyen una embarcación y se dirigen al Perú.

Uno de ellos, bebido, habla más de lo necesario. Sale a relucir la aventura de Tasmania y alguien lleva la declaración al Comandante de la fragata Blonde que se halla fondeada en el Callao. Este marino pide la entrega de los prófugos, estos denuncian a sus compañeros de Valdivia. La Blonde zarpa a Valparaíso. Antes de la llegada a las costas chilenas, un suceso precipita los acontecimientos. Cinco de los ex presidiarios habían ofrecido al Gobernador de Valdivia construir un barco para el Estado, proposición que fue aceptada con el fin principal de darles trabajo. Un día, aterrados al tener la noticia de que la Blonde viajaba hacia Valdivia, los cinco penados, que ya habían terminado su obra, lanzan la embarcación al mar y huyen en ella.

El Gobernador al saber lo ocurrido monta en ira y creyendo que los evadidos podrían estar de acuerdo con los que están en tierra, hace tomar presos a estos cuatro y los remite a Valparaíso a disposición del cónsul británico, quien los entrega al Comandante de la Blonde. Son llevados a Inglaterra y luego a Tasmania. La Corte Suprema de Hobart condena a muerte a tres de ellos.

Y estos hombres, mitad héroes, mitad réprobos, ocupan por años las mentes de los campesinos y poblanos.

A la orilla de los ríos y en los bosques valdivianos se encuentran las figuras y sus posibles aventuras, como se comenta la muerte de los entregados a la justicia.

(Versión de Oreste Plath)

 

El diablo en la isla Teja
(Pág. 269)

En Valdivia, en la isla Teja, existió un distinguido industrial del cual se hacían lenguas que había logrado su fortuna favorecido por el diablo.

Entre sus negocios florecientes estaba una fábrica de cerveza, famosa por su calidad y cuyas botellas ostentaban una etiqueta que lucía a un diablo con cara astuta y sinvergüenza a horcajadas en un barril.

El pacto que tenía con el Maligno consistía en que éste durante la noche era el que fabricaba la cerveza, mas un día que el industrial no le cumplió una promesa, dio una fuerte patada en la tierra y huyó. Nunca más le fabricó el rubio líquido.

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